De los "Niños de la Guerra Piloto".
De los 3000 niños y niñas acogidos sobre todo en Leningrado, muchos
perecieron y combatieron para la URSS. Un reducidísimo número de
ellos (sólo 8 de ellos) lograron ser pilotos de caza, y de este modo
sirvieron a la URSS. De ellos, quizá por haber sido el único
superviviente de este grupo de pilotos, Luis Lavín Lavín era el más
popular.
Su relato escrito por él mismo:
Mi
infancia
Me cuesta escribir
estas líneas por dos razones. Cuando empecé los estudios en
Aviación, en adelante todo fue en ruso y muchas palabras españolas
para mí son extrañas. Las comprendo perfectamente en ruso pero,
para comprender qué significan en español, tengo que mirar en el
diccionario. Porque mi español es el de un niño de 12 años, las
palabras que entonces no sabía ahora sólo las conozco en ruso. En
el pueblo del Mediterráneo donde vivimos hay nueve familias rusas y
como las esposas son de allí, continuamos hablando en ruso. Ahora
estoy volviendo a aprender español, las palabras y las conjugaciones
de los verbos.
Para escribir además
tengo dificultades porque estoy aprendiendo a usar la mano izquierda.
En julio de 1942 en un combate cuerpo a cuerpo contra los nazis un
casco de metralla se coló sin permiso en mi hombro. Una pequeña
herida que pasados unos diez días se curó pero después de más de
sesenta años ha empezado a doler de tal manera que con la mano
derecha ya no puedo escribir ni trabajar.
Mi vida es un serial
que si lo presentara por la televisión duraría mucho. Nací en
Bilbao el 9 de marzo de 1925, vivía en el centro, junto al Teatro
Arriaga. Mi familia tenía un bar donde solía venir Dolores Ibarruri
Pasionaria a comer. Mi padre no sé si estaba afiliado al PCE, sé
que lo estaba a la UGT y presidía la “Asociación de Amigos de la
Unión Soviética”. La época de la República se vivió mucho en
mi casa: el fusilamiento de Fermín Galán, la huida del Rey...
Recuerdo que teníamos
una radio, algo poco común en aquella época, y durante la
Revolución de 1934 yo sintonizaba lo que decía la emisora de Moscú.
Cuando estalló la
guerra, dispararon a la gente desde la Iglesia de San Francisco y la
población la incendió, aunque no cogió a los francotiradores.
Manuel Eguiluz, jefe del Ejército del Norte, pasaba mucho por
nuestra casa, él y su familia, así que seguíamos que pasaba por el
frente. Nos acostumbramos a las bombas, aunque cerca de nuestra casa
una hundió un edificio de cinco pisos. Durante los bombardeos de
Bilbao, dormíamos con los colchones encima como protección. Mi
padre trabajaba en el consulado de la URSS. Nos dijo que si queríamos
salir de vacaciones, que sería para dos o tres meses. Él se quedó,
aunque el cónsul ruso le ofreció venir también. Nos fuimos y no
volvimos a tener noticias en 20 años. Los franquistas lo molieron a
palos y se pasó tres años en la cárcel, aunque sobrevivió.
En 1937 salimos de
Santurce en el trasatlántico Habana y luego continuamos en el
Sontay. Tenía doce años recién cumplidos y me acompañaba mi
hermana Aurora, de diez. Llegamos a Leningrado y enseguida a todos
nos vieron un médico y un dentista. Un baño, ropa magnífica y en
el comedor una comida de reyes: caviar, jamón, chocolate... todo lo
mejor. Estuvimos una semana en Leningrado, como siempre era de día
nos escapábamos a cualquier hora. Recuerdo como nos llamaba la
atención los carteles con letras rusas, que nos parecían rarísimas.
Luego pasamos el verano en balnearios de Crimea y nos instalamos en
la Casa de Jóvenes de Kiev. Era muy joven cuando llegó la noticia
de la derrota de la República a la Casa de Jóvenes donde vivía y
apenas nos enteramos.
La formación
como piloto
Cuando teníamos edad
de hacer los estudios superiores fuimos a Moscú en agosto de 1940.
Estudiaba peritos y un día vino al Instituto un representante del
Comisariado de Aviación para pedir pilotos. Todos queríamos
aprender a volar por lo que habíamos pasado en España, pero para
hacer los cursos de aviación en la URSS se necesitaba tener no menos
de 17 años y yo sólo tenía 15. Así que me aumenté dos años más
y ahora en el pasaporte ruso pone que mi fecha de nacimiento es el 10
de marzo de 1923. Hasta tengo un certificado de nacimiento ruso con
esa edad. Fuimos todos, pero sólo pasamos nueve la revisión médica.
La mayoría fue rechazada, Rubén, el hijo de Pasionaria, un chico
muy majo, entre ellos. Los estudios de aviación empezaron en octubre
en el Instituto Proletario de Aviación de Moscú. Los nueve éramos:
Ignacio Aguirregoicoa, Isaías Albístegui, Ramón Cianca, Antonio
Lecumberri, José Luis Larrañaga, Eugenio Prieto, Tomás Suárez,
Antonio Uribe y yo. Seis procedíamos de la Casa de Jóvenes de Kiev.
Terminamos ocho, porque Isaías no acabó los estudios. Sólo quedo
yo vivo. Ramón Cianca murió de un infarto justo antes de volver a
España y Lecumberri murió hace un par de años, su viuda, que es de
Orel, quedó en una situación económica horrible.
Pero en los estudios
había dificultades al no tener la nacionalidad rusa y no nos dejaban
pasar a la Academia de Aviación Militar. El 1 de enero de 1941
Dolores vino a la Casa de Jóvenes de Moscú y nos dijo: Vamos a
pasar muchos años aquí, así que lo más conveniente es que tomemos
la ciudadanía rusa. ¿Alguien en contra? Nadie dijo nada, porque
pese a nuestra edad ya sabíamos cómo funcionaba aquello. Por los
estudios sabíamos que la autocrítica estaba muy bien, pero criticar
a los de arriba, no. Al general Rigachov, un piloto muy bueno que
había estado en España, cuando la invasión alemana Stalin le
preguntó porqué perdíamos tantos aviones. Le contestó que
nuestros aviones se habían quedado muy viejos. Stalin no dijo nada,
pero en octubre de 1941 le fusiló a él y a su mujer.
Estuvimos haciendo las
gestiones y nos invitó a su despacho en el Kominter. Allí su
secretaria nos tuvo esperando media hora en el gabinete. Antonio
Uribe, que era algo mayor, había combatido en España y era hermano
del ministro comunista Vicente Uribe, se levantó y exigió verla. La
secretaria nos llevó a su despacho y ¡estaba leyendo el periódico!
Hay que decir las cosas como son: No tengo un buen recuerdo de
Pasionaria. Nos dijo que mejor nos hiciésemos maestros o ingenieros.
Antonio empezó a discutir y al final nos dijo que nos apoyaría. Y
al poco, quizá también
por las gestiones de
su hermano ministro, pudimos entrar en la Aviación.
Los cursos los
terminamos en marzo del año siguiente con muchas dificultades con la
ayuda de nuestros dirigentes políticos. El 22 de abril de 1941
ingresamos en la Academia Superior de Aviación Chkalov, en la ciudad
de Borisoglebsk, provincia de Voronez. Comencé a volar el I-16. Y a
poco estalló la guerra. Pensábamos que si se ganaba la guerra a los
alemanes podríamos llegar a España y echar a Franco. Al principio
perdimos tantos aviones contra los alemanes que nos quitaron los
nuestros para dárselos a los pilotos con más experiencia. En 1942
nos llevaron al campo Ural 5. Teníamos que aprender a manejar los
nuevos modelos de aviones y formar a nuevos pilotos. Proseguimos con
nuestra formación en condiciones pésimas, en un campo de hierba,
con temperaturas polares y viviendo en tiendas de campaña, en medio
de la nieve y el viento, estudiando los manuales de los nuevos
aviones y luego aprendiendo a manejarlos.
La campaña
En julio de 1942
nuestra unidad, el 826 Regimiento, estaba en Povorino, cerca de
Stalingrado. Formábamos parte de la 36 División Aérea de Caza.
Volábamos el modelo más moderno de I-16, pero era un avión que ya
había combatido en España y no podía luchar con los alemanes por
lento. Además era peligroso por difícil de manejar. A todos nos
gustaba volar y un compañero ruso me dijo que se lo prestase. A la
cuarta vuelta sobre el aeródromo se estrelló y se mató.
Povorino era una gran
estación ferroviaria, con 12 ó 13 grandes aeródromos alrededor.
Los alemanes solían venir a bombardear de noche, guiándose por un
gran lago que estaba al lado. Teníamos un hangar enorme lleno de
I-15 e I-16. Los instructores se los llevaron para actuar como cazas
nocturnos en otras zonas, porque eran aviones que no podían combatir
caza contra caza con los alemanes. En aviación, el caza más rápido
siempre lleva las de ganar.
Nosotros no nos
incorporamos al frente, fue el frente el que se vino a nosotros. Un
día estábamos Ignacio Aguirregoicoa y yo cavando unas trincheras y
pasó una unidad que iba al frente. Ignacio y yo, sin pensarlo, cosas
de la edad, nos montamos en un camión y ¡al frente! Bueno, en
realidad no había frente fijo, las patrullas y las columnas
avanzaban sin que hubiese una posición fija.
Llegamos a un
hospital, pero los alemanes habían pasado antes por allí. Estaba
destrozado y los alemanes habían asesinado a los heridos, a médicos
y enfermeras. Un brigada que venía de retirada desde que empezó la
guerra nos dijo que teníamos que minar la carretera porque en
cualquier momento podían venir más alemanes, así que Ignacio y yo
comenzamos a poner minas y obuses de 122 mm, de más de 20 kilos. El
brigada se fue a patrullar con dos soldados por el bosque. Terminamos
de minar y entramos en una trinchera. Oímos tiros y al rato salió
el brigada sólo, corriendo con los alemanes detrás. Había tenido
un encuentro con una patrulla en el bosque y habían matado a sus
soldados. Y en ese momento por la carretera apareció una columna de
esos camiones gigantescos que tenían los alemanes. Ignacio y yo, que
teníamos experiencia en tirar de cuando éramos niños en Kiev,
matamos a un par de alemanes y luego volamos la columna. Los
vehículos quedaron destrozados por toda la carretera.
En esto llegó una
columna rusa. Y por el otro lado, apareció otra columna alemana.
Aquello fue horrible. Una pelea a bayoneta y con palas. Una
pesadilla, que hasta si lo sueñas es malo. Yo tenía 17 años y
estaba enganchado con un alemán tan mocoso como yo. Alguien tiró
una granada que mató al alemán y a mí me hirió en el hombro
derecho. Terminó la lucha y el comisario nos dijo qué hacíamos
allí si nuestros uniformes eran de aviadores. Nos echó el perro y
nos llevó de vuelta al aeródromo.
Después de Povorino
nos llevaron a Peski, un centro importante porque por allí pasaba la
línea que llevaba los refuerzos de Siberia a Stalingrado. Luego se
construyó en unos pocos meses una segunda línea por la otra orilla
del Volga, pero entonces era la única línea y había que mantenerla
abierta. Se fueron montando antiaéreos contra los alemanes que
venían de noche. Nosotros íbamos a traer aviones de las fábricas
de los Urales: Yak, Mig 3, La FN, La 5... Luego nuestro Regimiento
826 se fundió con el 907 Regimiento de Caza de Operaciones
Especiales, con el hice la guerra hasta el final.
Ya no estábamos a la
defensiva e íbamos avanzando. En 1944 tenía ya un avión bueno, un
La-7,
con el morro pintado
de blanco. Mi función era de guardaespaldas del jefe de la
escuadrilla, un tártaro. En la escuadrilla estábamos tres
españoles: Lekumberri y Sevilla Santos, un tártaro, un kirguis, dos
armenios, ucranianos y rusos. Todos como hermanos, hermanos que
morían todos los días. Formaba parte de una sección de cuatro
aviones, cada aparato con un mecánico de aviación y otro de motor.
Hice 2.000 vuelos, muy cortos, de 15 ó 20 minutos la mayoría,
generalmente no solíamos alejarnos más de 150 kilómetros del
aeródromo. Los vuelos más largos eran de 45 minutos. Nuestras
misiones eran proteger a los Shturmovik Il-2, que eran aviones de
ataque a suelo, y proteger a la infantería. Y también proteger el
aeródromo de los ataques enemigos. En el momento en que aterrizan
los bombarderos – algunos después de viajes largos, como atacar
Berlín - y los cazas es el momento en que están más desprotegidos,
porque vienen sin gasolina y sin munición. Los alemanes solían
aprovechar ese momento para atacar y nuestra función era proteger el
aterrizaje. Tras cada vuelo nos daban 100 gramos de vodka. Siempre
estaba en alerta, sentado o descansando cerca del avión. Y así
todos los días de la guerra, porque hasta 1945 no hubo un permiso.
Con todo, nosotros
vivíamos bien, era la población la que más sufría. Cuando volaba
veía la situación del país: pueblos quemados, no quedaban ni las
chimeneas; las fábricas y las vías de ferrocarril, todo destrozado,
los campos vacíos... En algunos pueblos, los alemanes metieron a
todos en la iglesia con el cura y le prendieron fuego. Y cuando
terminó la guerra todo siguió así varios años. No había comida,
ni maquinaria, ni casas, muchos vivían en agujeros bajo tierra...
Parte de la comida de nuestras raciones la dábamos a la población
para que pudiesen comer.
Sólo me alcanzaron
una vez, en el... no sé cómo se dice en español. La glicerina y el
alcohol me saltaron a la cara y al mono. El tren de aterrizaje no se
podía bajar, pero afortunadamente pude hacer un aterrizaje de
emergencia. Hubo que tirar el traje de vuelo, estaba todo estropeado.
Yo no sé si derribé a alguien. Disparabas, veías que salía humo,
pero las anotaciones oficiales las llevaba el jefe de escuadrilla y
yo no sé cuáles son. ¡Hace poco en alguna publicación he visto
que me adjudicaban una docena! Muchos menos, muchos menos, pero para
hablar sin tener el dato oficial prefiero no decir nada. Los
accidentes en el aeródromo eran frecuentes, se producían choques o
un avión se estrellaba con incendios, explosiones y bastantes
muertos. También tuvimos muchos sabotajes, cuatro aviones que
cayeron sin razón al iniciar el vuelo sólo en un mes. Muchos eran
hijos de rusos blancos muertos en la guerra civil e intentaban
sabotear lo que podían.
Del grupo que
empezamos en el aeroclub de Moscú, al final de la guerra ya teníamos
tres muertos: José Luis Larrañaga, Antonio Uribe e Ignacio
Aguirregoicoa. José Luis Larrañaga fue derribado por la artillería
alemana en 1943, en un combate donde lucharon unos cientos de cazas
rusos y alemanes en las orillas del río Kuban. En noviembre de 1943,
tras la batalla de Kursk, cerca de Kiev, la misma andanada derribó a
Eugenio Prieto y a Antonio Uribe. Antonio tuvo la mala suerte de que
explotó el depósito de gasolina bajo el asiento y desapareció en
el aire. Pero el avión de Prieto estaba tocado en el motor y lo
llevó planeando, queriendo cruzar el Dnieper. El lado este estaba en
manos de los rusos y la orilla oeste, en manos alemanas. Con la mala
suerte de que se
quedó enganchado en
un árbol del lado alemán del río. Con el golpe perdió el sentido
y lo despertaron a patadas. Los alemanes le habían quitado la
pistola, las botas y la chaqueta de cuero y se lo llevaron preso.
Pero Eugenio era un artista. Les dijo que no era ruso, que era un
piloto español y eso los desorientó, así que lo detuvieron en una
casa particular en la aldea de Putoviti. Fingiendo tener colitis,
comenzó a ir al servicio de la casa, una caseta que estaba fuera. El
alemán que le vigilaba, cansado de tantas vueltas, acabó por no
acompañarle y le vigilaba a distancia. Y Eugenio en cada viaje iba
rompiendo una tabla de la caseta. Cuando las hubo roto, escapó
corriendo y se escondió al final del pueblo. Pidió ayuda a un
abuelo, que al oír su acento le tomó por un alemán y le dijo que
no. Con la suerte de que entonces llegó el nieto que sabía que se
había fugado el preso. El abuelo lo llevó a un almacén donde,
debajo de un montón del estiércol, había un búnker con dos
pilotos más.
La unidad alemana se
marchó y fue reemplazada por otra. Los dos pilotos rusos se fueron
con la guerrilla pero Eugenio prefirió quedarse, porque con su forma
de hablar ruso era sospechoso. El alcalde del pueblo, que era el jefe
de la Resistencia, lo hizo pasar por el marido mudo de su nieta. Le
dio un certificado donde ponía que era mudo y sordo.
A los días el
Ejército ruso cruza el río y reconquista la zona. Cuando Eugenio se
les presentó diciendo que era un piloto derribado no le creyeron.
Pese a todas sus explicaciones, lo tomaron por alemán y no pudo
convencerlos porque los rusos son muy difíciles de convencer, por
sistema no se creen nada. Unos soldados lo sacaron del pueblo para
darle el paseo. Y en eso cruzaba una columna de tanques y oye:
“¿Senia, donde vas?”. ¡Resultó que en una torreta pasaba un
conocido de la época de Moscú, con el que iba a los bailes al salir
del Aeroclub! Los soldados se disculpaban diciendo que no lo iban a
matar, que era para darle un susto y que confesase. El del tanque
llamó al aeródromo y mandaron un avión para rescatar al Eugenio.
Se reincorporó a la Aviación pero en 1945 lo expulsaron del
Ejército por haber sido hecho prisionero.
Ignacio Aguirregoicoa
fue derribado el 9 de marzo de 1944, aterrizó en un lago helado al
sur de Leningrado y se suicidó. Los demás llegamos vivos hasta el
final de la guerra. La verdad es que los pilotos españoles hicieron
de todo. Conocí a uno, León Díaz, que formaba parte de una
guerrilla que robaba los aviones a los alemanes. Éste se estrelló
cuando despegaba con un Junker y se quemó toda la cara.
Según avanzábamos
estuvimos en muchos aeródromos. En verano del 43 participé en la
batalla de Kursk. En noviembre, en la liberación de Kiev; luego en
la batalla de Kobel, en el Dniester, en la primavera del 44. Lublín
y Lotz en Polonia y ya, al final de la guerra, en Alemania, ahora es
Polonia, a 6 minutos de vuelo de Berlín. Teníamos prohibido volar
más allá del río Oder para evitar combatir por equivocación con
aviones ingleses o norteamericanos porque en una pasada uno de
nuestros pilotos derribó a tres americanos. Entonces convivimos en
el aeropuerto con varias tripulaciones americanas que habían caído
en nuestra zona. En el Vístula tuvimos el primer y último permiso
de la guerra: unos días en una casa de reposo. El final de la guerra
le tocó a mi regimiento cerca del Oder, yo con poco más de 20 años.
La expulsión
de los pilotos españoles
Posteriormente nos
trasladaron como defensa aérea a Korosten, cerca de Kiev. Allí me
casé con una ucraniana tan joven como yo el 11 de septiembre de
1946. Una vez más nuestra división fue destinada al Cáucaso, a
Bakú, para guardar la frontera aérea con Turquía. Allí recibimos
unos nuevos aviones Lavochkin 9, muy modernos, armados con 4 cañones
pesados.
El 14 de junio de 1948
nos comunicaron desde el Cuerpo de Defensa del Cáucaso que todos los
pilotos españoles debían reunirse en Saratov, a unos 900 kilómetros
al sur de Moscú. Allí se iba a organizar una unidad española que
iría a Yugoslavia. Nos engañaron, todo una mentira. Solo tres
aparecimos en la ciudad, Santos Sevilla y, y dos nos presentamos ante
el oficial de Aviación, Perjonenko. Resultó que teníamos que dejar
la Aviación, nos echaron. La Policía quiso darme un pasaporte de
apátrida y yo les dije que tenía un pasaporte soviético por diez
años, que no caducaba hasta 1951. Me lo pidieron y lo rompieron
delante mío.
De cobrar 2.200
rublos, tener dos meses de vacaciones, recibíamos vestido y
alimentación
abundante para mí y
mi familia, a cobrar 425 rublos y pasar necesidad. Nos dieron una
habitación donde dormíamos en el suelo y nuestro hijo en una
maleta. Pasaron muchos años hasta que nos enteramos porqué nos
licenciaron. Muchos años después el jefe de nuestro regimiento, que
era entonces vicepresidente de las Fuerzas Aéreas de la URSS, nos
explicó que fue Dolores Ibarruri la que le pidió a Stalin que nos
echaran. En una reunión donde estaban Mikoyán, Molotov, el jefe de
la Aviación, Stalin preguntó qué hacer con los españoles del
Ejército. Todos estuvieron de acuerdo en que siguiéramos menos
Dolores, que dijo que teníamos que salir. A partir de que lo
supimos, la relación con Pasionaria fue muy tensa y en las reuniones
los pilotos la insultábamos con lo peor. Había otra razón para
echarnos. Al terminar la guerra y con el endurecimiento del régimen
soviético, los españoles empezamos a ser vistos con suspicacia. Y
hubo abusos, el principal el de un antiguo piloto de Kirovabad,
Burgueño. Éste había volado en la Guerra Civil y también estaba
en Aviación. Por ignorancia, tenía mujeres e hijos en varias
ciudades donde había estado su unidad. Y no sabía que según la
legislación soviética te quitan un tanto por ciento del sueldo por
cada hijo que tienes. Sus compañeros se reían, diciéndole que cómo
iba a vivir con tantos hijos. Y él, para quitarse de
responsabilidades se escapó con el avión a Turquía. Para que esto
no se repitiera echaron a los españoles del Ejército.
Fui a trabajar a una
fábrica de aviación en Saratov, junto al Volga. En 1950 pude volar
como probador un avión a reacción, el Mig-15, que fabricábamos
allá. Era la época de la Guerra de Corea y con otro español nos
ofrecimos voluntarios para reingresar en la Aviación. Después de
darnos algunas esperanzas sólo aceptaron a los rusos. En 1956 volví
a España con mi mujer rusa y con mi hijo. Me interrogaron mucho,
tenían los planos de la ciudad y de la fábrica. Incluso sabían que
fabricaban 24 aviones al día. Me ofrecieron ir con la Aviación
americana. Yo había hecho estudios políticos marxistas, era del
Partido y sabía que tenía y que no tenía que decir. Interrogaban
también a mi mujer, que no sabía castellano y cuando salíamos la
policía nos venía siguiendo. Nos pusieron las cosas tan difíciles
que nos recomendaron retornar a la URSS, cosa que hicimos en 1958.
Entonces ya conseguimos una casa mejor y mejores condiciones de vida.
Ahora, de vuelta a
España, una vez más nos engañaron. Hablamos con Felipe González,
con Aznar, con la ministra Alberdi... Volví pensando vivir con mi
madre, que tenía 91 años, pero entonces murió de una caída. Nos
prometieron unas condiciones dignas y la pensión que recibimos mi
esposa y yo es de miseria. En Rusia teníamos 4 pagas: dos como
excombatientes y dos por haber cotizado más de 40 años, teníamos
nuestro piso... Pero ahora Rusia no nos paga por haber abandonado el
país. Aunque existe un acuerdo entre el Estado español y la
Federación Rusa firmado en 1996 para que nos paguen aquí las
pensiones, este acuerdo no se está cumpliendo. Y España no nos paga
por no haber cotizado. Y, como no fui piloto durante la Guerra Civil,
aquí tampoco puedo cobrar como excombatiente. Si nos hubiéramos
quedado en Rusia, tendríamos ayudas como “niños de la guerra”
pero, al haber vuelto, no. Estamos olvidados por los dos gobiernos.
Para comer hemos tenido que recurrir a Cáritas o a pedir en las
tiendas qué iban a tirar. Una vida de miseria y otro problema más
que tenemos que resolver.
Fruto de esa dificultad, y también de
la dificultad para obtener información de la extinta URSS, nos es
imposible conocer al 100% las caras y otras características de los
exiliados españoles. Este es el caso de los Niños de la Guerra, y
ni siquiera los 8 que alcanzaron el nivel de piloto de caza son una
excepción. Por ello, con más sospechas y suposiciones que fruto de
un estudio concreto y conciso, podemos decir de ellos lo siguiente:
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