Carlos González Pintado y José Manuel Grandela, que fueron los primeros en enterarse del éxito del alunizaje, revelan los secretos de la histórica hazaña espacial
Si Neil Armstrong hubiese
tenido un problema en su histórico viaje a la Luna, no habría sido
Houston el primero en enterarse. La NASA, que impulsó la misión Apolo 11
para enviar a un hombre al satélite de la Tierra, le ganó la carrera a
los soviéticos, pero no fue quien escuchó antes que nadie la famosa
frase del astronauta, «Eagle has landed», ni tampoco la que pronunció el
comandante desde suelo lunar: «Es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad».
Los primeros en asistir al éxito del alunizaje, con 1,7 segundos de
decalaje, no estaban en EE.UU. sino en Madrid, en la Estación Apolo en
Frenedillas de la Oliva.
José Manuel Grandela y Carlos González Pintado,
controladores de naves espaciales ya jubilados, participaron en la
legendaria empresa desde España, como intermediarios de las
transmisiones entre Houston y el Apolo 11. Por eso saben que Armstrong se tropezó dos veces
antes de convertirse en el primer hombre en pisar la Luna, o que su
compañero, el piloto Buzz Aldrin, llegó 17 minutos más tarde porque se
percató de que la escotilla no tenía manilla de apertura por fuera y,
aunque no hay viento en la Luna, prefirió ser precavido y colocar un
objeto por si la puerta se cerraba.
Gracias a unos sensores
biométricos a los que tenían acceso, ambos fueron testigo de los nervios
del astronauta, tal y como evidenciaban sus pulsaciones, a pesar de la
tranquilidad con la que enviaba mensajes al centro espacial de Texas.
«Cuando escuchas que todo ha salido bien y tiene que volver a casa te sientes... ¿importante?
Es difícil de describir», reconoce Pintado. «En ese momento no sentí
nada, solo quería que el aparato a mi cargo no fallase», añade el otro
ingeniero.

González Pintado, «rodeado de americanos» en la estación de Fresnedillas a finales de 1968 -

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